Sobre la necesidad de las relaciones sociales para sentirnos bien
Hace un tiempo conocí a una persona que me dijo: «yo llegué para quedarme». Esto fue nada más conocernos, mucho antes de que pudiésemos calificar nuestra relación como de amistad. Me hizo pensar.
Hay relaciones que dejan una huella imborrable en nosotros, que su efecto impacta y permanece mucho más allá de que el contacto continúe. No tienen porqué ser personas que han sido amigos o colegas o con las que hemos mantenido relaciones estrechas y duraderas. Algunas son personas con las que compartimos un trayecto, esperamos en una parada, mantenemos una conversación de aeropuerto, disertamos sobre la vida o el amor en un bar, compartirmos un concierto, nos emborrachamos en una fiesta…(* El mundo amarillo, Albert Espinosa»)
¿Te has parado a pensar qué alimenta tu vida?¿Qué nutre los momentos especiales?, ¿qué enriquece tus experiencias?Algunas personas, algunas conversaciones, tienen el poder de dar un significado especial a los momentos que vivimos. En ocasiones, este contacto social, convierte una experiencia cotidiana en una vivencia llena de sensaciones poderosas. La de veces que he oído a mi abuela quejicosa de la vida por la mañana y, después de estar un rato en la tienda o hablar con un vecino, recuperar la alegría y las ganas de vivir.
El establecimiento de relaciones sociales en la edad adulta nada tiene que ver con la etapa de la infancia y la juventud, donde encuentras oportunidades constantes de ir sumando personas a tu mochila de relaciones. En esas primeras etapas, aquellas relaciones que evolucionan en una relación de amistad, forjan unos vínculos emocionales que tienden a perdurar en el tiempo. En la en la infancia y adolescencia, el concepto de amistad es «puro y profundo», en el sentido de que esperamos que un mismo amigo cubra la mayor parte de nuestras necesidades sociales. Así, con pocos, si son buenos, es suficiente.
En la vida adulta el funcionamiento de las relaciones sociales no es igual.
Primero, aunque nuestros vínculos de amistad con personas de etapas anteriores permanezcan, la evolución personal diferencial de cada uno seguramente ha hecho que ya no podamos contar con ese amigo del alma para tantas cosas como las que antes contábamos. Nuestros amigos han creado otros círculos sociales que alimentar (pareja, familia,trabajo,aficiones no compartidas…) pero además, seguramente los valores/gustos/preferencias y formas de pensar ya no son compartidos y nos hacen estar, para algunas cosas, emocionalmente distantes e incluso nos convierten en incompatibles.
Segundo, necesitamos variedad y diversidad de relaciones sociales. No todas las personas «amigas» nos satisfacen todas las necesidades individuales que tenemos de relacionarnos. Asumir que no podemos «contar con todos para todo» es una realidad. Y por tanto, en lugar de frustrarnos una y otra vez esperando de algunos de nuestros amigos algo que no pueden darnos, necesitamos tener un nutrido círculo de amistades donde recurramos a personas diferentes en función de lo que esperamos/necesitamos para ese momento en concreto. «Amigos» a los que recurríríamos para apoyoarnos emocionalmente porque saben escuchar y tienen una sensibilidad especial, pero con los que nos moriríamos de aburrimiento en una fiesta noctura, «amigos» con los que salir al monte, planear un fin de semana de aventura o esperar un plan sorprendente y diferente, «amigos» con los que establecer reflexiones y conversaciones muy interesantes en las que siempre aprendemos algo nuevo…
Tercero, las oportunidades de establecer nuevas relaciones no suelen ser espontáneas, en muchas ocasiones es necesario crearlas. Entrar en una actividad nueva, mostrarse abierto a seguir o proponer un plan de ocio fuera de la actividad «reglada» que compartimos con ellos.
Si aún no te habías dado cuenta de la necesidad de alimentar tu mundo social, te invito a que practiques lo siguiente:
- Anímate a nuevas vivencias. Apúntate a algo nuevo, haz un viaje con desconocidos, practica esa actividad que habías dejado de lado, queda con personas del trabajo, del gimnasio, del barrio, ábrete a nuevas actividades y vivencias.
- Abre tus sentidos a tus experiencias. Mira la vida como si fueras un niño, con curiosidad, con atención y abierto a sorprenderte.
- Amplia tus conversaciones y dialoga con el entorno. Escucha los mensajes que lanzan las personas de tu alrededor, aunque sean discordes con tus valores, aunque estés en desacuerdo con ellos. Pregunta e interésate por lo que hay detrás de una frase, de una opinión, de un comportamiento que te desconcierta…no te quedes con la primera impresión, ahonda en las profundidades de quienes te rodean.
- Pon consciencia a lo que determinadas personas te hacen sentir, a lo que algunos momentos, aparentemente triviales, han provocado en tí.
A lo largo de nuestra vida tenemos contacto con infinidad de personas. Con unas compartimos toda la vida y multitud de experiencias, con otras las vemos un rato, quizás una temporada y después desaparecen para siempre. Su beneficio radica en lo que ese contacto, esa relación, dejará en nosotros para siempre.
Dependientes de las tiendas que frecuentamos, de los bares, la señora o el señor del asiento de al lado, mi madre, el abuelo de un amigo, un cliente, el señor que me pone café cada mañana, mi mejor amiga, un profesor, un amigo, mi compañera de trabajo, mi novio de toda la vida que ahora es mi ex, su madre, su jefe, el mio….
Hay personas, relaciones, conversaciones, que tienen el poder de transformarnos. Completan y moldean lo que somos. Nos ayudan a evolucionar. Llegan para quedarse, porque, aunque físicamente desaparecen. Siempre nos quedará algo de ellas. La dulzura de lo que en un momento determinado nos hizo sentir, la energía que nos trasladó, perdura en nosotros y alimenta nuestro camino.
A las personas que habéis estado, a las que lo hacéis en este instante y para las que llegarán. En vosotras y vosotros está la magia,gracias por compartirla.