La terapia II: dar tiempo y espacio
clinicayuremadelafuente
Con frecuencia observo cómo las personas que vienen a consulta esperan una transformación milagrosa, bien de los niños y niñas por los que consultan, bien de ellos mismos. La inmediatez es una constante en muchas de las personas que comienzan cambios para subsanar sus dificultades.
¿Qué nos hace pensar que algo que lleva años forjándose en la vida de una persona va a ser revertido en tan solo unas semanas?
Por supuesto, en el momento en el que comenzamos a hacer cambios, observamos algunas mejorías inmediatas pero que efectivamente están lejos de constituir la resolución del problema. En cambio, esa necesidad de inmediatez, junto con la falta de consciencia de que los cambios requieren de esfuerzos personales, con frecuencia nos impide apreciar los avances.
Una de nuestras funciones como terapeutas es precisamente la de ayudar a los pacientes a ver las pequeñas mejorías, quienes a la espera de un cambio tan milagroso, tienen dificultades a ver que éste se compone de cambios muy pequeñitos que se van produciendo poco a poco, paso a paso y fruto de su esfuerzo personal y no de «los poderes» del terapeuta.
Y es que para que el milagro suceda, se necesita, además de que el paciente ponga en marcha los cambios oportunos (en su forma de ver; en su forma de actuar o en su forma de sentir el problema), un «tiempo» que de lugar a que el «círculo vicioso» que tiende a mantener el problema, se invierta; y un «espacio», es decir, un conjunto de nuevas experiencias y vivencias que surtan su efecto sobre la persona.
Estos efectos no suelen producirse en consulta. En la consulta ayudamos a familias, a niños y niñas y a adultos a que aborden la situación de otra manera pero una vez que esto se comienza a poner en práctica, se necesita de un tiempo, a veces más de lo esperado, para que tenga el efecto necesario para desactivar los patrones que mantenían las dificultades.
¿Qué porcentaje de tu vida has estado haciendo esto que ahora haces nuevo?¿qué porcentaje de la vida de un niño o niña ha recibido este tipo de cuidados, este tipo de experiencias de las que ahora disfruta?
Un patito feo de 4 años y medio que hace solo medio año que ha encontrado a los cisnes que le cuidan y valoran como él necesita, tan solo un 11,11% de su vida ha disfrutado del entorno protector que requiere para desarrollar una personalidad sana, frente al 88,88% que ha estado sufriendo una situación que previsiblemente perjudica su desarrollo;
Una cenicienta de 25 años que ha estado 5 años de su vida sometida a una situación que la hace sentir «desgraciada», «no merecedora de cariño» «desvalorizada», que no le ha permitido desarrollar una estima de sí misma y apreciar sus cualidades, reconociendo sanamente sus defectos…Cuando tan solo hace unos meses que alguien la ha reconocido como princesa…no podemos esperar que se comporte como si esto hubiera sucedido desde siempre.
Es frecuente cuando acudimos al psicólogo, cuando iniciamos una terapia, que pongamos en marcha mucho esfuerzo para generar grandes cambios en algunos de nuestros comportamientos, de nuestras formas de enfrentarnos a la vida. En cambio, como los resultados sobre nuestro bienestar o sobre el de nuestros hijos e hijas no son inmediatos, tendemos a abandonar estos esfuerzos antes de que les hayamos dejado el tiempo suficiente para que podamos experimentar su efecto beneficioso.
Esto nos hace quedar con sensaciones derrotistas que de no saber cómo abandonar nuestras dificultades, y sino somos conscientes de sus efectos, corremos el grabe riesgo de que estas creencias nos perpetúen en el problema de por vida, «total haga lo que haga no servirá para nada» «qué más voy a hacer para resolver este problema, si en realidad ya lo he probado todo».
Además de tiempo, los cambios en la manera de ver, en la manera de sentir o en la manera de comportarse con el problema, promovidos a través de la terapia, necesitan lo que yo llamo «espacio» para revertir los problemas o dificultades, «las quejas» que los pacientes traen a consulta.
Esto no es otra cosa que experiencias nuevas, sucesos de la vida cotidiana, acontecimientos personales y profesionales que interaccionan con nuestra nueva manera de ver, de sentir o de comportarnos, dando lugar a un cambio profundo en la naturaleza del problema. Son lo que muchos autores denominan «experiencias reparadoras».
Una niña que pasa su primera infancia en un entorno materno, en ausencia de figura paterna, donde las carencias son evidentes, donde los adultos hacen su vida sin que ella constituya más que una carga a la que dedican el tiempo y la atención mínimas pues tienen otros problemas más apremiantes a los que hacer frente (el trabajo, las dificultades económicas…).
Aprende a llamar la atención, a sentirse estimada inventándose fantasías e historias, miente con sus obligaciones escolares para evitar ser reprendida aunque al mismo tiempo, ser reprendida es la única forma que conoce de que los adultos estén pendientes de ella y de sus necesidades. Para muchos niños y niñas en estas situaciones, las regañinas y castigos se convierten en formas «desadaptativas» de sentirse presentes y atendidos, de conseguir que los adultos se vuelquen en ellos. Mantienen así el patrón constante de «portarse mal», «engañar», «mentir»…
Con una alta probabilidad, aunque el entorno de esta niña se modifique: conviva con unos adultos que interaccionen de una forma diferente con ella, que estén pendientes, que le cubran sus necesidades emocionales, que aprendan a sustituir los castigos y las regañinas por otras estrategias educativas más apropiadas para el problema de esta niña…los comportamientos de ésta no revertirán de forma automática. Sus sentimientos, pese a que los demás se comporten de otra manera, es posible que continúen siendo los de «soledad y abandono», interpretando algunos de los nuevos gestos de manera contraria, tal y como Marcelo Cebeiro nos hace ver en los finales «reales» de los cuentos el Patito feo y La cenicienta.
Así, además de los cambios del entorno, nuestra niña del ejemplo necesitará experiencias y experiencias nuevas con su nuevo entorno, que le demuestren que «es digna de atención», «es una más», «ya no está sola», «importa por encima de todo», «y se la quiere por lo que es (incondicionalmente) y no por lo que hace (su comportamiento). Y el efecto de estas experiencias sobre su persona, formarán parte de un proceso que no sucede de un día para otro.
Un adulto que empieza a cambiar sus hábitos de alimentación buscando revertir pautas de alimentación no saludable y esperando mejorar con ello su salud física y mental. Hace tres meses que ha realizado cambios muy sustanciales en su forma de comer, ha incorporado ejercicio físico…
Nota algunas mejorías, ha perdido un par de kilos, tiene algo más de energía aunque aún se siente pesado y en ocasiones siente una sensación muy placentera al finalizar el ejercicio físico, en cambio continúa teniendo una imagen negativa de sí mismo y esto continúa afectándole de la misma manera a su relación con los demás y a su desánimo con la vida; emociones que le impulsan a una relación inadecuada con la comida.
El efecto positivo que estos cambios tienen sobre la modificación de unos hábitos y de un estilo de vida a largo plazo, requerirá de más tiempo y de continuar realizando experiencias que le permitan establecer nuevas asociaciones de aprendizaje. Así por ejemplo, con el tiempo y con la repetición de hábitos y experiencias saludables, conseguirá asociar alimentos saludables a sensaciones placenteras, igual que en el pasado había asociado alimentos insalubres con sensaciones placenteras, de modo que cuando tenga un momento emocional bajo, ya no necesite recurrir a alimentos insalubres para desencadenar sensaciones placenteras.